Se dice que en la antigua capital del imperio inca, los santos y las vírgenes conversan todas las noches de la octava del Corpus Christi; se dice también, que las imágenes, impertérritas y calladitas durante el día, se pasan horas planificando el futuro de sus parroquias. Eso sí, todo esto ocurre cuando no hay ningún cristiano despierto en la Catedral cusqueña.

Los santos y vírgenes del Cusco no se quedan calladitos en las noches de octava del Corpus Christi. Ellos dialogan, charlan, quizás hasta bromean, pero lo hacen bajito, con voz chiquita no más, para no despertar a sus amantísimos mayordomos, que se quedan en la Catedral con la intención de cuidarlos y acompañarlos, aunque los pobrecitos siempre se quedan dormidos.

Y es que las imágenes son bien sabidas y tienen unas charlas de “padre y señor mío”, cuando los fieles se marchan y se cierran las puertas del templo.

Eso sí, es difícil saber con certeza sobre que temas hablan, pero deben ser muy importantes, cosas del cielo y de Dios, de obispos y curas. Cosas complicadas. Cosas de santos.

Las conversaciones son larguísimas y tal vez muy animadas. Las 15 imágenes provenientes de las parroquias de la ciudad imperial son recibidas por el Señor de los Temblores, anfitrión de la Catedral y patrón del Cusco, quien, según la feligresía, cada vez que puede se quita los clavos, salta de su crucifijo y se escapa a la parroquia de Nuestra Señora de Belén, para visitar a su madre.

Eso sólo ocurre en las noches, porque en las mañanas los santos permanecen rígidos, oyendo con indulgencia plegarias en quechuas o escuchando el estrépito de los fuegos de artificio, que rasgan el cielo cusqueño en las procesiones del Corpus Christi, celebradas 60 días después del domingo de resurrección.

Durante esta fiesta de fe, no faltan danzantes ni se dejan de escuchar los entusiastas compases de las bandas de músico; también hay comparsas de ñustas y ángeles y cientos de fieles y puñados de afanosos mayordomos, que se encargan de todos los detalles, para que el paso de la patroncita o el santito de su comunidad, sea inolvidable.

Historias de santos

El Cusco bulle de fiesta, se viste de gala con sus balcones adornados de hermosos tapices y multicolores altares. Y es que todo es insuficiente para celebrar a los milagrosos “taytas” y “mamachas”, que en junio recorren la Plaza de Armas, cumpliendo la tradición del Corpus Christi, que ordena adorar al bendito cuerpo de Cristo, simbolizado en la santísima eucaristía.

La sagrada forma es el principal motivo de la celebración en el mundo católico, pero en la capital arqueológica de América, las representaciones de los santos -primorosas virgencita o mártires del evangelio- se han convertido en los personajes centrales.

Y es que el Corpus no sería lo mismo sin el desfile de la “mamacha” Belén, ataviada con finísimos vestidos y valiosísimas joyas obsequiadas por sus fieles; o del patrón Santiago, que se “atreve” a ingresar en su blanco corcel, siendo admirado por la elegancia de su uniforme de gala y la temeridad con que lleva su espada; o de San Sebastián, el santo de los soldados y militares.

Historias de caprichos y sagradas rebeldías. La “mamacha” Belén sólo deja que la carguen sus devotos. Si otros lo intentan, el anda multiplica su peso y es imposible levantarla. “Es verdad”, aseguran los cusqueños, al recordar que en cierta ocasión un grupo de soldados no pudo alzar a la patrona de la antigua capital incaica.

Eso no es todo, el origen de esta imagen es muy particular. Se dice que llegó a un lugar llamado Piti Piti, en el puerto del Callao, portando un mensaje escrito en el que se pedía su traslado al Cusco. Así lo hicieron los que la encontraron.

Y si la Virgen de Belén es celosa con sus cargadores, las imágenes de San Sebastián y San Jerónimo, inspiran a sus parroquianos un ferviente deseo de competencia. Y es que los mayordomos y los cargadores y los fieles, la comunidad entera, se enfrascan en un reñido “gana-gana”, con la intención de llegar primeros a la Plaza de Arma.

En más de una oportunidad, los creyentes de San Jerónimo han camuflado el anda en la tolva de un camión, para burlarse de la celosa vigilancia de los pobladores de la parroquia contraria, tramo ineludible en el camino de más de 10 kilómetros que conduce al centro del Cusco.

Pero estos no son los únicos santos, también marcha Santa Antonio, el santo de los matrimonios; San Blas, patrón de los artesanos y la virgen Inmaculada Concepción, conocida también como la linda, y otras preciosas, elegantes y enormes imágenes cargadas por sudorosos devotos.

Los santos compiten entre ellos o conversan con las “mamachas” o el Señor de los Temblores. Son indulgentes, caprichosos, a veces hasta engreídos. Se han humanizado para estar más cerca de su pueblo, que los agasaja con un derroche de fe, alegría y fiesta.

En el Corpus Christi no falta nada. Se alimenta el cuerpo con buena comida e infaltable chicha. Se alimenta el espíritu con plegarias y oraciones.